domingo, 18 de enero de 2009

Voces bajo fuego


7 de diciembre de 2008. Israel comienza a atacar la Franja de Gaza: 360 km2, entre Israel y Egipto. Su operación llamada “Plomo Fundido” ya provocó más de 900 muertos y 4.100 heridos. Y el conflicto recrudece de la mano de la propaganda y las posturas extremistas de uno y otro lado. Más allá (y por encima) de cualquier enfrentamiento político y religioso, importan los testimonios –la mayoría, de argentinos que viven en Israel, cerca de la zona de conflicto– que reflejan el drama humano.

Hoy amanecimos a las cinco de la mañana con misiles en Beer Sheva. Ahora, son las diez y ya cayeron al menos ocho más”, cuenta Luis Pesiney, un locutor y productor de radio y televisión argentino que –desde hace seis años– vive en Israel. Con su esposa Gabriela y sus hijas, Melody e Ilán, se instalaron a 108 kilómetros al sur de Tel Aviv, en Beer Sheva. “La elegimos por su tranquilidad”, reconoce Pesiney quien, junto con algunos socios fundó Radio Lev, la primera radio latina de Israel. Pero desde el inicio de la operación “Plomo Fundido”, Beer Sheva –a sólo 40 km de la zona del conflicto–, empezó a recibir el impacto de los misiles provenientes de Gaza. “Nuestra vida cambió rotundamente. El momento más complicado es cuando suenan las alarmas. Entonces se produce una gran presión para llegar a las habitaciones reforzadas que tiene la ciudad. Están acondicionadas de forma tal que los misiles no perforen su estructura. Cuando llegás, hay que esperar 5 minutos para salir. Porque después del primer bum, puede venir otro”. Para explicar el conflicto de Israel con Hamas, Pesiney dice: “La gente de Sderot, la ciudad israelí que está en la frontera con la Franja, vivió ocho años así, aguantando los misiles y los cohetes de Hamas, los terroristas que dominan la Franja. La respuesta de Israel no es una vendetta: se trata de frenar los ataques de los terroristas que usan las escuelas y las casas de civiles para guardar sus armas y explosivos, mientras sus jefes se esconden bajo tierra”.

Ariadna Kraiterman (argentina, 31, profesora de Educación Física) duda unos segundos para encontrar la respuesta a la pregunta de cómo está. “Hay que decir que bien. Ahora, con mi marido (Leonardo, 36 años, ingeniero) y mi hijito (Franco, de casi 2 años) estamos en Haifa, en la casa de unos amigos”, explica. Viven en Ashkelon, sur de Israel, a escasos 20 kilómetros de la frontera con Gaza, de cien mil habitantes y una importante comunidad de latinos. Al igual que su marido, Ariadna viajó a Israel para estudiar, y allí se quedaron. “Fue tres días antes de que terminara Hanukkah (la fiesta de las velas), cuando empezamos a escuchar cómo la artillería israelí bombardeaba Gaza. Pensamos que en una semana todo se tranquilizaría. Pero, al final, todo empeoró. Las clases se suspendieron; la gente está autoevacuándose… Hace dos días cayeron dos misiles cerca de casa”. En Ashkelon hoy casi no hay nadie en la calles y, aun así, las alarmas siguen sonando. “Un día, una alumna me preguntó qué era ese ruido. Le dije que eran las máquinas que trabajaban en el campo. ¡Pero los chicos se dan cuenta de todo mucho antes de que aparezcan las noticias en televisión! El sábado pasado, cuando sonó la tercera alarma, Franco, mi hijo, me tendió los bracitos y ahí me di cuenta de que teníamos que tomar una decisión. En marzo volvemos a la Argentina. Nos dicen que el conflicto terminará dentro de poco. Pero, por lo que veo, acá, nunca va a haber paz”.

UNA MIRADA DESDE ADENTRO. “Israel está en situación de guerra. Y ésta es una guerra inevitable”. Es el análisis de Daniel Alaluf, un santafesino de 30 años que vive en Israel desde los 18, cuando viajó para estudiar Ciencias Políticas. Hoy, es analista de política internacional. “En los últimos ocho años ha habido poblaciones que han recibido un promedio de 20 ataques diarios. ¿Qué se hace si a Córdoba la bombardean todos los días?”. Alaluf reconoce que “desde afuera” el conflicto podría verse como el enfrentamiento entre David y Goliath, pero advierte: “Esta es una guerra entre una organización terrorista y la única democracia de Oriente Medio. Desde los acuerdos de Oslo a la fecha, todo el dinero que recibió la Autoridad Palestina no fue destinado a la población sino para comprar armamento. Gaza no tiene alimentos, salud ni infraestructura, pero sí misiles”, concluye.

“¿Que cómo estamos? Aguantando”, explica el argentino Daniel Osovsky (44). Habla desde su celular con manos libres mientras maneja, yendo a buscar a una de sus dos hijas, Indar, de 19 años (la otra se llama Shafar y tiene 22), a la base abierta donde hace el servicio militar obligatorio. “Hace una hora y sin alarma previa cayeron dos Kasam en el centro del kibutz donde vivimos. Uno de ellos le pegó a un transformador y estamos momentáneamente sin luz. Se vive con los nervios de punta. Nadie te prepara para esto. Porque, al que le cae le cae…”. Osovsky es agente de ventas de neumáticos y está casado desde 1985 con Gali, israelí. Viven desde hace más de 20 años en Ein Ashlosha, un kibutz con más de 400 habitantes, en su mayoría latinoamericanos, ubicado en el desierto Neguev, al sur del país. Algunas de las casas del kibutz están a 3 km de la frontera con Gaza. “Los problemas comenzaron con la primera intifada, en 1992. Pero se puso bravo cuando Israel se retiró de los asentamientos de Gaza y les dejó la Franja a los palestinos. Desde entonces, no paran de agredirnos. Los que no están acá piensan que somos unos monstruos, pero somos ellos o nosotros”.

EL OTRO LADO. La última vez que Mona El-Farra, una médica y activista por los derechos humanos, actualizó su blog From Gaza with Love (fromgaza.blogspot.com) fue el 8 de enero. Ese día, El-Farra anotó que los muertos palestinos ascendían a 720, incluyendo 215 chicos, 89 mujeres y 12 trabajadores de primeros auxilios. Y más: que 11 ambulancias habían sido atacadas, que Israel impedía evacuar a los heridos, que 43 chicos fueron muertos en escuelas de la ONU, que no hay electricidad, que los recién nacidos están bajo gran amenaza, que en el 80% de Gaza no hay agua y que el 70% de las telecomunicaciones está destruido. Desde aquel 8 de enero a hoy, la situación ha empeorado. El-Farra es palestina, tiene 44 años y es madre de tres chicos que ahora están en Gran Bretaña. “Podría estar con ellos, pero quiero ayudar acá”, dice en un inglés precario y desesperado por la catástrofe. “Lo que dice Israel es pura propaganda. Vivo en Gaza y veo que la situación está cada vez peor: Israel ha atacado a civiles, mujeres y niños. Esta es una ofensiva desproporcionada. Israel quiere destruir a Hamas, pero también quiere destruir todo lo demás. Yo no apoyo a Hamas, pero Hamas fue elegida por la gente. En Gaza no estamos haciéndonos las víctimas: estamos luchando por nuestra libertad y por nuestros derechos. Luchamos por la justicia. No hay paz sin justicia”.

Desde Gaza, la voz de Nirmeen Kharman se escucha clara. Habla suavemente, en un inglés perfecto y veloz. De fondo, se escuchan los gritos de uno de sus hijos. Tiene tres, una mujer de 14 años y dos varones de 9 y 3. “Tengo miedo”, reconoce esta profesional, nacida en Gaza y casada con un psiquiatra. “No es la primera vez que oímos bombas, pero esta vez es diferente. Ahora, los F-16 y los aviones apaches vienen de todos lados. Estamos aprendiendo a identificarlos según el sonido. No tenemos lugar para escondernos. Muchas casas no tienen vidrios. Los han roto a propósito para evitar que, cuando caigan las bombas, dañen a la gente; pero por otro lado eso nos deja desprotegidos del frío. Mi edificio, que tiene tres pisos, está casi destruido, como todo. No hay calles siquiera. La gente no sale. Ahora todos estamos en peligro. Los únicos que trabajan son los médicos. No hay electricidad, pero algunos tienen generadores. Pero no podemos usarlo todo el tiempo, porque no hay combustible. Lo que hacemos es racionalizar su uso para conseguir agua y luego, la compartimos. Varias veces pensé en irme de Gaza. No quiero que mis hijos crezcan en el ambiente violento al que están expuestos acá. Pero sé que ésta es una zona complicada. Yo no voté a Hamas; pero sí lo hizo la mayoría de la población. Mucha de la gente en Gaza no tiene educación. Espero que este conflicto marque una diferencia. Rezo porque se termine, ¡porque esto no puede seguir para siempre! Hasta el fin de semana pasado, éramos optimistas. Pero cuando vimos en las noticias que ni Hamas ni Israel aceptaron la resolución del cese del fuego que exigió la ONU nos desilusionamos. Queremos vivir en paz”.
Fuente: Para Ti

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